viernes, 15 de noviembre de 2013

ESPACIOS



Cuando el cursor del ordenador parpadea te obliga necesariamente a que lo muevas y escribas algo en la luz que anhela semejarse a una hoja en blanco. Y es esa blancura que deseas manchar con el negro de unas letras, lo que precisamente te mantiene en tensión. Es una lucha desigual donde nadie vence nunca y todos salen perdiendo o ganando o no salen ya y se quedan atrapados para siempre en una idea, en una palabra, en un verso. La batalla del escritor nunca será reconocida con la corona de una victoria rotunda, pues la blancura siempre persiste y siempre vence.

Ahora es cuando suda el anhelo de seguir moviendo ese cursor a través de esta página virtual que vomita espacio en blanco tras espacio en blanco ininterrumpidamente. Huyes de los lugares comunes más siempre regresas sin querer al punto concreto donde la seguridad se ofrece y la capacidad de control es manifiesta. Tememos las novedades porque nos obligan a caminar a tientas y empujan nuestros pasos ante un afilado futuro que siempre hace daño. La libertad no es hasta que no duele. La decisión posible siempre es la decisión no tomada.

En esto radica la obligación de luchar contra el espacio en blanco; es una conquista por la libertad, por la expresión… Es una forma de manifestar que los huecos que nos definen todavía siguen vacíos y probablemente nunca se llenarán, pues en el momento en que sean saciados aparecerán otros lugares exigiendo esfuerzo, tiempo y tarea. Nos han hablado de la oscuridad como lugar de terribles limitaciones donde la libertad no existe y el mero hecho de ser se convierte en un calvario; pero esa oscuridad no es más que una palabra en un papel; la verdadera muerte es la blancura de un folio, es la falta de expresión de un escritor, es la inexistencia de la palabra que deja huérfano al sonido y lo convierte en silencio, es la ausencia de algo para dar lugar, una vez más, a la nada que todo lo devora.

El silencio es la muerte de la palabra como la blancura es la muerte del escrito que no surge. Y muerte tras muerte la humanidad deja de ser humana y se convierte en aquello que la niega. Si no escribimos, si no gritamos las palabras al cielo, terminamos siendo un silencio que no dice nada y una nada que se devora a sí misma. Lo realmente monstruoso es que a diario descubrimos tristemente que toda guerra es manifestación palpable de ese silencio que me persigue, de esa blancura mordiente de mi alma. No es la sangre lo que se derrama, es la palabra que no se ha dicho, es el texto que no se ha escrito que han sido manipulados y convertidos en bala, en arma para destruir lo que anhela ser construcción y diálogo. Cuando la violencia toma el lugar de la palabra todo lo posible se resquebraja y todos los futuros son inexistentes.

Hoy hemos convertido el silencio en palabra, la blancura en espacio en negro que dice algo. Hoy salimos vencedores. Quizás mañana no será necesario entablar combate; quizás mañana no existamos todavía.

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