Cuando el cursor del ordenador
parpadea te obliga necesariamente a que lo muevas y escribas algo en la luz que
anhela semejarse a una hoja en blanco. Y es esa blancura que deseas manchar con
el negro de unas letras, lo que precisamente te mantiene en tensión. Es una
lucha desigual donde nadie vence nunca y todos salen perdiendo o ganando o no
salen ya y se quedan atrapados para siempre en una idea, en una palabra, en un
verso. La batalla del escritor nunca será reconocida con la corona de una victoria
rotunda, pues la blancura siempre persiste y siempre vence.
Ahora es cuando suda el anhelo de
seguir moviendo ese cursor a través de esta página virtual que vomita espacio
en blanco tras espacio en blanco ininterrumpidamente. Huyes de los lugares comunes
más siempre regresas sin querer al punto concreto donde la seguridad se ofrece
y la capacidad de control es manifiesta. Tememos las novedades porque nos
obligan a caminar a tientas y empujan nuestros pasos ante un afilado futuro que
siempre hace daño. La libertad no es hasta que no duele. La decisión posible
siempre es la decisión no tomada.
En esto radica la obligación de
luchar contra el espacio en blanco; es una conquista por la libertad, por la
expresión… Es una forma de manifestar que los huecos que nos definen todavía
siguen vacíos y probablemente nunca se llenarán, pues en el momento en que sean
saciados aparecerán otros lugares exigiendo esfuerzo, tiempo y tarea. Nos han
hablado de la oscuridad como lugar de terribles limitaciones donde la libertad
no existe y el mero hecho de ser se convierte en un calvario; pero esa
oscuridad no es más que una palabra en un papel; la verdadera muerte es la
blancura de un folio, es la falta de expresión de un escritor, es la
inexistencia de la palabra que deja huérfano al sonido y lo convierte en
silencio, es la ausencia de algo para dar lugar, una vez más, a la nada que
todo lo devora.
El silencio es la muerte de la
palabra como la blancura es la muerte del escrito que no surge. Y muerte tras
muerte la humanidad deja de ser humana y se convierte en aquello que la niega.
Si no escribimos, si no gritamos las palabras al cielo, terminamos siendo un
silencio que no dice nada y una nada que se devora a sí misma. Lo realmente
monstruoso es que a diario descubrimos tristemente que toda guerra es
manifestación palpable de ese silencio que me persigue, de esa blancura
mordiente de mi alma. No es la sangre lo que se derrama, es la palabra que no
se ha dicho, es el texto que no se ha escrito que han sido manipulados y convertidos
en bala, en arma para destruir lo que anhela ser construcción y diálogo. Cuando
la violencia toma el lugar de la palabra todo lo posible se resquebraja y todos
los futuros son inexistentes.
Hoy hemos convertido el silencio
en palabra, la blancura en espacio en negro que dice algo. Hoy salimos
vencedores. Quizás mañana no será necesario entablar combate; quizás mañana no
existamos todavía.
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