A diario nos quieren engañar.
Lo único que debemos hacer es
encender el televisor y un cónclave de listillos aparecen de la nada
para vendernos porquerías varias y engañarnos de múltiples maneras con que
sacarnos los cuartos y meter sus manos en nuestros deseos y crearnos anhelos
que no necesitamos.
Se dice que estamos inmersos en
la sociedad de la imaginación, del 2.0, de la creatividad al poder, de la
realidad virtual, etc.; pero realmente estamos sumergidos en la sociedad de la
porquería, de la mierda como única elección, en la sociedad del “sálvese quien
pueda”, en el tiempo donde los mediocres medran y engordan sus cuentas
corrientes, en la época donde la sabiduría y la experiencia son miradas con
desprecio, en el tiempo en que los inútiles y los ladrones dan lecciones de
ética y moral a diario en medios de comunicación que ya no comunican nada y
simplemente se dedican a adoctrinar y manipular a sus espectadores y usuarios.
La desgracia no sólo se encuentra
en esos lugares comunes, sino que un virus de gilipollez lo va invadiendo todo
paulatinamente. Poco a poco dejan de existir territorios libres de la estupidez
humana y encontrar un oasis de tranquilidad y libertad se va convirtiendo en
una actividad utópica. Hasta lo más sagrado aparece barnizado profusamente con
la brocha de la imbecilidad más ramplona y gratuita. Es cierto que con el tiempo
nos hemos adormecido en los cantos de sirena de miles de vendedores y
publicistas, que con sus manejos poco venerables, nos crearon la necesidad del
olvido para convertir todo en un presente eterno dispuestos a luchar por
conseguir la “última novedad” en la
tecnología del papel higiénico con que limpiarnos el culo.
Los mass media pisotean los sueños para meter en nuestras casas
aparatos y alimentos que probablemente no nos darán ningún tipo de satisfacción
y que con seguridad colaborarán a menguar el peso de nuestro bolsillo. Así
todos los coches que venden son los mejores, más rápidos, con las chicas más
bellas y los más ecológicos. De la misma forma todos los alimentos actualmente
vienen con grasas saludables o son tan buenos que comerlos produce una
experiencia casi mística. Cada producto que es tocado por la varita mágica del
marketing se convierte en una hermosa y lustrosa carroza que nos ofrece un
futuro cargado de posibilidades. Mas la carroza se convertirá en calabaza
pasando el tiempo. Y hasta las manzanas más apetitosas siempre pueden ser
portadoras del veneno más mortal.
Los medios de comunicación
quieren atraer nuestra atención no con verdades o elementos objetivos sino con
el juego sucio del titular ramplón y la fotografía escabrosa. De lo que se
trata no es de informar, sino de vender más periódicos o publicidad que ningún
otro competidor. Es muy difícil no picar en los anzuelos que nos rodean cada
mañana mientras saboreamos nuestro café rodeados de las noticias del día.
Los mismos políticos han caído en
esa trampa y ahora nos muestran, como tarro de miel para moscas, las promesas
que nunca cumplirán, pero que ayudarán a que la mano que vota quede atrapada en
esa canción pegadiza que nos asfixia sin darnos cuenta. El político de hoy no puede
decir la verdad, porque lo crucificaríamos con la indiferencia; tiene que
mentir y decir lo que queremos escuchar para poder conseguir un montón de
votos. No interesa el futuro ni el bien de la sociedad en la política actual;
sólo interesa el corto espacio de tiempo entre una elección y otra.
Y al final lo que importa no es
que crezcamos como personas o nos realizamos a lo largo de nuestra vida y
seamos ciudadanos comprometidos con la sociedad; lo importante es que
consumamos y para ello nos dejan un resquicio de libertad donde poder elegir el
producto que nos envenene el cuerpo, el hogar, la mente o el alma. Tú eliges,
es cierto, pero solo puedes elegir lo que ellos venden…
Somos invisibles cuando no
consumimos.
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