martes, 17 de mayo de 2011

Asombro y terror



Era temprano en la mañana y Harpócrates, el cancerbero, tintineaba con desgana su manojo de llaves como un anuncio público de que se acercaba la hora señalada para la apertura de la cripta. Mientras en la entrada, Logos y Dana, mantenían una agradable conversación sobre las posibilidades de que lloviera a lo largo de la jornada.

–¡Buenos días, Harpócrates! –dijo Logos.

–Lo mismo digo –afirmó Dana.

–Hummmmmm. ¡Bahhhhhhh¡ –Masculló Harpócrates.

Sin hacer caso a los saludos Harpócrates hace girar con lentitud la llave dentro de su cerradura y abre con cuidado la puerta. Un frescor contenido y lleno de humedad golpea el rostro de los que se apresuran a entrar. Es como si el aire esperara ese momento para comenzar a circular en su monótono y lento vagar. Logos enciende las luces y Dana se acerca al aljibe para comprobar cómo está y analizar el nivel del agua.

(Siempre que algo extraño va a suceder un sentido inexistente nos da la voz de alarma sin que nosotros lo sepamos. Y esa mañana todos estaban en alerta por algo desconocido que aún no era real).

Mientras Harpócrates y Logos encendían y daban vida a los elementos de la cripta, un grito desgarrador turbó su diario trabajo. Ambos corren apresuradamente al encuentro de ese alarido cargado de temor.

–¿Qué sucede, Dana? –preguntó Logos.

–Grrrr, no son horas. –gruñó Harpócrates.

El rostro de Dana revelaba una blancura similar a la hoja de un escritor que todavía no ha escrito nada. Su mirada estaba clavada desorbitadamente en el agua del aljibe. Sus piernas y sus brazos temblaban como las ramas de un sauce llorón mecidas por la brisa. Sus labios estaban tensos con una mueca entre asombro y horror, mientras sus dientes castañeaban como si una corriente gélida recorriera su cuerpo. Era incapaz de articular palabra y un imperceptible balbuceo intentaba salir de su boca. Estaba paralizada.

Logos y Harpócrates miraron hacia el lugar donde Dana señalaba con sus ojos. Y fue entonces cuando se contagiaron de su mismo estupor.

Mientras esto sucedía en el aljibe, Anatema y Belisama entraban en la cripta y comprobaban que todo estuviera en funcionamiento. Miraban hacia la Máquina de los Lumbagos, que estaba al lado del área de los Tres Sentidos y verificaban que las pantallas multimedia estuvieran encendidas y con sus respectivas imágenes bailando. También se dieron una vuelta entre los Cofrades Oferentes para atusar sus ropas y colocar sus capirotes. Todo parecía que estaba en perfecto orden, sin embargo la extraña tardanza de los compañeros que habían ido a supervisar el aljibe sugería algún problema. Así que, Belisama se fue hasta allí para ver que ocurría, mientras Anatema tomaba posesión de la silla de la entrada y encendía el ordenador de los registros.

Belisama se encontró con la misma estampa que anteriormente Harpócrates y Logos, con la única diferencia de multiplicarla por tres. Eran tres estatuas al natural teñidas con la palidez de un susto. Belisama los miró y vio lo que ellos veían y entonces se acercó a cada uno de ellos y les ofreció como dádiva necesaria un sonoro sopapo para sacarlos del aturdimiento en que estaban sumidos. El golpe resultó tan efectivo como una taza de café para el que tiene una melopea importante, o como un analgésico para quien sufre de un espantoso dolor de cabeza. Dana, Logos y Harpócrates volvieron a la realidad y al unísono lanzaron un grito. Belisama volvió a levantar amenazante la mano y entonces los tres se callaron inmediatamente.

Tras esa salvedad los cuatro observaban un cuerpo humano, (o eso parecía ser), flotando sobre el agua boca abajo. No se veía su rostro ni se sabía con demasiada certeza si era una mujer o un hombre. Lo que realmente les atenazaba sumergidos en la incredulidad eran las alas que salían de la espalda del cadáver flotante. En su cabeza se agolparon las preguntas sin respuesta.

Belisama corrió a dar la noticia a Anatema. ¿Qué estaba pasando? Anatema también se encontraba paralizada por la visión de algo inexplicable. La pantalla del ordenador permanecía abierta y sobre ella estaban escritas unas palabras que no daban lugar a la esperanza:

“¡LA MUERTE OS PERSIGUE Y NUNCA GANARÉIS LA CARRERA!”

2 comentarios:

  1. No eres la más grande, pero sí el mÁs enorme. Te sales, colega. Saludos desde el "Avernosmatao".

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  2. Buenísimo es poco. Has conseguido tenerme en ascuas entre el encanto, la sorpresa y las ganas de leer más! Felicidades!!! :-)

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