En mi vagar nocturno puedo observar como la ciudad se va transformando en un todo sin alma ni espíritu. Miro horrorizado como los lugares antes cargados de vida e historia son corrompidos por la avaricia y el deseo ardiente de los que quieren dejar su huella sin necesidad de sacrificio ni gestas gloriosas. La villa se va convirtiendo en una masa informe que sólo presagia desatinos y barbaridades. Nadie está a salvo de la estupidez que rodea este tiempo. Realmente los siglos me han regalado la perspectiva suficiente para ser objetivo en el mirar y el poder de analizar con la frialdad del escalpelo la situación de un pueblo al que pertenezco y quiero.
Son las 4 de la madrugada y mi alma en pena se diluye entre las piedras de la Plaza Mayor. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde están mis tan amadas y pétreas amigas de antaño? ¿Dónde se ha ido el lento caminar de los segundos y siglos sobre esta plaza? No la reconozco. Dicen las voces de este siglo que la han remozado, aunque pienso que la han emponzoñado con la mano del un arquitecto loco y salvaje que destruye toda la historia en aras de una modernidad sin alma y sin humanidad. Piso las losas que no dicen nada, porque nada han visto todavía; y siento los gemidos lejanos de unas piedras que contaban verdades y eran mis compañeras inefables en este camino entre la existencia y la nada. Esta Plaza Mayor ya no es Mayor ni plaza. Le faltan los mercaderes vendiendo semanalmente su mercancía fruto del sudor y el dolor, le sobran brillos y anda escasa de lágrimas sobre sus huellas. Ya no es lugar de encuentro, de galanteo, de trueque o de menesterosos apostados en los soportales buscan la caridad de algún traseúnte con calderilla de sobra en la bolsa.
La rabia se cuela en mi pecho como una daga que atravesara mis carnes inexistentes. ¿Quién colgará su cuerpo como escarnio de este pecado? ¿Quién rendirá cuentas por matar la historia y aniquilar las voces de antaño?
Debo apresurar mis pasos y aquietar mi enojo para regresar a mi cripta y “descansar” de sinsabores este día. El alba inicia su imparable ascenso para vencer la batalla ante la oscuridad y mi ánima debe esconderse para no ser vista. Pero regresaré por la Plaza de Santa María que todavía guarda las señales del siglo XVI y puedo respirar profundamente los recuerdos que perduran entre sus caminos. Inspiro con fuerza para curarme del desaguisado de la Plaza Mayor y poder sentir de nuevo la sensación de que el tiempo no ha pasado y la ciudad sigue viva. Un pueblo que olvida su historia es un pueblo que se olvida de sí mismo y se vende al mejor postor. La historia, los edificios, las torres, las piedras son ejemplos claros y palpables de los que somos y lo que estamos llamados a ser. Cada pueblo se mide por la capacidad que tiene para cuidar y curar el alma de su propia historia.
Esto no ha hecho más que empezar. Me retiro a mi tumba para ser molestado…
Plas, plas, plas. Onomatopeyo porque no tengo palabras. :-)
ResponderEliminar