sábado, 11 de junio de 2011

Una estatua de bronce


– ¡¿Qué vamos a hacer?! – Dijo Belisama.

Todos estaban aterrorizados y un frío intenso recorría su cuerpo y sus pensamientos. La situación no era de esas que se asimilan con rapidez y tranquilidad. Sólo los verdaderamente preparados eran capaces de sobrevivir y superar trances como el actual. Así que la respuesta a la pregunta de Belisama fue el silencio más elocuente que se puede admitir, un silencio cargado de inquietud y temor. Incluso la luz se hizo más tenue y suave, como si se ausentara por un instante para dejar lugar al sentimiento compartido. Tras unos minutos, que duraron lo que un año luz, Logos comenzó a razonar brevemente.

- Lo primero que deberíamos hacer es cerrar al público la cripta, pues no será muy agradable que los visitantes vean este panorama. A continuación tendríamos que avisar al Jefe para que tome las medidas oportunas o nos diga lo que debemos hacer o a quién tenemos que avisar.

- Sí, pero yo me marcho ya mismo. – Casi suplicó Anatema, que estaba realmente muerta de miedo y ya no era capaz de soportar más sobresaltos.

- Nada de eso, bonita. Aquí nos quedamos todos e intentamos solucionar esta papeleta – Le respondió Dana con algo de acritud en su voz.

Belisama permanecía callada y su silente situación era una manifestación clara de la turbación que todos sentían. Pensaban al unísono que siempre que veas que un hombre se enoja y retrocede cuando se ve frente a la muerte, será una prueba cierta de que es un hombre que ama, no la sabiduría, sino a su cuerpo. Pero ellos intuían con certeza la existencia de algo inmaterial que se había colado en su tiempo presente. Las preguntas eran muchas y todavía no tenían respuestas.

- Me voy a hablar con el Jefe. ¡No toquéis nada! – Dijo de golpe Harpócrates, que se marchó rápidamente sin darles tiempo a cualquier tipo de réplica. (En estos casos la determinación sin dudas es siempre la mejor acción).

Ciertamente los amigos son el único asilo dónde podemos refugiarnos en la miseria y en los reveses de todo género. Y en situaciones aberrantes siempre necesitamos la concomitancia de alguien a nuestro lado; los demás se quedaron quietos y callados acompañándose mutuamente y dándose el calor de la cercanía, siempre agradable y necesario para superar lo que acontece. Los minutos pasaban tan lentamente como un trozo de mar lamiendo la dureza de la roca. Pero algo se movía en el interior de cada uno; algo que no tenía nombre y les empujaba a regresar al lugar maldito para volver a mirar el elocuente cuadro que se había dibujado esa mañana.

Sin reflexiones ni consideraciones obvias, volvieron al aljibe con la tristeza y la falta de esperanza del que ya sabe lo que va a encontrarse. Nada había anunciado lo que verían; ni un sonido, ni una llamada, ni una luz parpadeante, ni la caricia de una presencia, ni un acelerarse del corazón; la nada más absoluta que sólo anuncia el transcurso del tiempo inquebrantable.

Logos, Anatema y Belisama volvieron al lugar donde un cuerpo inerte flotaba boca abajo sobre la pestilente agua del aljibe, pero sus ojos tornaron la mirada por el asombro. El cuerpo ya no estaba, había desaparecido. Ningún rastro anunciaba ya su presencia anterior. La extrañeza invadió sus anhelos. La sorpresa fue el regalo del presente que ninguno esperaba.

Anatema no podía contener el temblor de sus miembros y rápidamente se acercó a la barandilla del aljibe para coger con sus manos un pequeña pluma que flotaba sobre al agua. En ese instante, al tocar la yema de sus dedos la pluma flotante, se quedó paralizada, al tiempo que su piel se metamorfoseaba en algo cobrizo y con la dureza del metal. Anatema dejó de ser ella misma, para convertirse en una estatua de su propio ser. Una escultura de bronce que mantenía un inquietante realismo.

Logos y Belisama se quedaron estupefactos ante la pluma que seguía flotando sobre el agua. Belisama alargó un brazo lentamente hacia ese lugar.

- ¡No la toques! – Gritó Logos.

Y los dos se mantuvieron en quietud ante aquella pluma, que parecía ser un resto del cuerpo que antes habían visto.

martes, 17 de mayo de 2011

Asombro y terror



Era temprano en la mañana y Harpócrates, el cancerbero, tintineaba con desgana su manojo de llaves como un anuncio público de que se acercaba la hora señalada para la apertura de la cripta. Mientras en la entrada, Logos y Dana, mantenían una agradable conversación sobre las posibilidades de que lloviera a lo largo de la jornada.

–¡Buenos días, Harpócrates! –dijo Logos.

–Lo mismo digo –afirmó Dana.

–Hummmmmm. ¡Bahhhhhhh¡ –Masculló Harpócrates.

Sin hacer caso a los saludos Harpócrates hace girar con lentitud la llave dentro de su cerradura y abre con cuidado la puerta. Un frescor contenido y lleno de humedad golpea el rostro de los que se apresuran a entrar. Es como si el aire esperara ese momento para comenzar a circular en su monótono y lento vagar. Logos enciende las luces y Dana se acerca al aljibe para comprobar cómo está y analizar el nivel del agua.

(Siempre que algo extraño va a suceder un sentido inexistente nos da la voz de alarma sin que nosotros lo sepamos. Y esa mañana todos estaban en alerta por algo desconocido que aún no era real).

Mientras Harpócrates y Logos encendían y daban vida a los elementos de la cripta, un grito desgarrador turbó su diario trabajo. Ambos corren apresuradamente al encuentro de ese alarido cargado de temor.

–¿Qué sucede, Dana? –preguntó Logos.

–Grrrr, no son horas. –gruñó Harpócrates.

El rostro de Dana revelaba una blancura similar a la hoja de un escritor que todavía no ha escrito nada. Su mirada estaba clavada desorbitadamente en el agua del aljibe. Sus piernas y sus brazos temblaban como las ramas de un sauce llorón mecidas por la brisa. Sus labios estaban tensos con una mueca entre asombro y horror, mientras sus dientes castañeaban como si una corriente gélida recorriera su cuerpo. Era incapaz de articular palabra y un imperceptible balbuceo intentaba salir de su boca. Estaba paralizada.

Logos y Harpócrates miraron hacia el lugar donde Dana señalaba con sus ojos. Y fue entonces cuando se contagiaron de su mismo estupor.

Mientras esto sucedía en el aljibe, Anatema y Belisama entraban en la cripta y comprobaban que todo estuviera en funcionamiento. Miraban hacia la Máquina de los Lumbagos, que estaba al lado del área de los Tres Sentidos y verificaban que las pantallas multimedia estuvieran encendidas y con sus respectivas imágenes bailando. También se dieron una vuelta entre los Cofrades Oferentes para atusar sus ropas y colocar sus capirotes. Todo parecía que estaba en perfecto orden, sin embargo la extraña tardanza de los compañeros que habían ido a supervisar el aljibe sugería algún problema. Así que, Belisama se fue hasta allí para ver que ocurría, mientras Anatema tomaba posesión de la silla de la entrada y encendía el ordenador de los registros.

Belisama se encontró con la misma estampa que anteriormente Harpócrates y Logos, con la única diferencia de multiplicarla por tres. Eran tres estatuas al natural teñidas con la palidez de un susto. Belisama los miró y vio lo que ellos veían y entonces se acercó a cada uno de ellos y les ofreció como dádiva necesaria un sonoro sopapo para sacarlos del aturdimiento en que estaban sumidos. El golpe resultó tan efectivo como una taza de café para el que tiene una melopea importante, o como un analgésico para quien sufre de un espantoso dolor de cabeza. Dana, Logos y Harpócrates volvieron a la realidad y al unísono lanzaron un grito. Belisama volvió a levantar amenazante la mano y entonces los tres se callaron inmediatamente.

Tras esa salvedad los cuatro observaban un cuerpo humano, (o eso parecía ser), flotando sobre el agua boca abajo. No se veía su rostro ni se sabía con demasiada certeza si era una mujer o un hombre. Lo que realmente les atenazaba sumergidos en la incredulidad eran las alas que salían de la espalda del cadáver flotante. En su cabeza se agolparon las preguntas sin respuesta.

Belisama corrió a dar la noticia a Anatema. ¿Qué estaba pasando? Anatema también se encontraba paralizada por la visión de algo inexplicable. La pantalla del ordenador permanecía abierta y sobre ella estaban escritas unas palabras que no daban lugar a la esperanza:

“¡LA MUERTE OS PERSIGUE Y NUNCA GANARÉIS LA CARRERA!”

martes, 10 de mayo de 2011

Un curioso grupo


De regreso a mi cripta en la Iglesia de San Francisco Javier añado una jornada más a este tránsito sin tiempo, a este tiempo sin tránsito que se ha parado desde el día de mi muerte. Pero he de reconocer que durante los últimos meses han acaecido hechos que consiguen hacer la eternidad de un alma como la mía más interesante.

Un grupo de seres humanos han iniciado su periplo por esta cripta como elemento de trabajo y jornada laboral. Un grupo de cinco personas que resulta realmente interesante por su heterogeneidad y diversidad. Personas que resumen en cinco las aspiraciones y frutos de una sociedad actual. Queramos o no siempre somos el estereotipo de algo que nos supera y define. Somos lo que nuestra sociedad crea, y al mismo tiempo, somos creadores de una nueva sociedad. Hijos del tiempo y señores del futuro.

El grupo del que hablo está compuesto por Harpócrates Rodríguez que es signo del Sol del amanecer, y así el madrugar lo convierte en bestia salvaje que vence la razón que anida en su pecho y por unas horas es dueño y señor de sus actos la violencia del despertar y la batalla siempre perdida del sueño contra la realidad. Harpócrates es el cancerbero de esta cripta, el señor de las llaves que agita con retintín cada mañana su manojo para anunciar la inminente llegada. Al lado de Harpócrates suele entrar como su antítesis Dana González, que es algo así como una diosa de la luz, la vida y el día, pues siempre lleva puesta la sonrisa en los labios y la disposición a carcajearse de cualquier cosa, aunque debo reconocer que el sentido común todavía no la ha abandonado. También conforma este grupo Anatema Gutiérrez, que si alguna vez un nombre se ha puesto de acuerdo con una personalidad, este sería el paradigma de todos esos casos; porque Anatema es fiel a su patronímico y todo aquello que no concuerde con su pensamiento se convierte en algo desechable e inútil. Podríamos decir que Anatema es la sal que siempre está dispuesta a entrar en la herida abierta o el vinagre que salta sin permiso sobre nuestros débiles ojos. No podemos olvidarnos de Belisama Sánchez, espíritu de las aguas y luz en la oscuridad del aljibe, que está pertrechada con la sabiduría y la inteligencia como armas serenas que siempre salen victoriosas, aunque en ocasiones se deje vencer por el integrismo de Anatema. Belisama siempre tiene guardada en la recámara una frase ingeniosa y un agudo sentido del humor. Y por último debemos nombrar a Logos Pérez que es fiel a la razón como guía de sus pensamientos y suele pensar todo lo que dice y no decir todo lo que piensa. Logos Pérez siempre huye del enfrentamiento directo y está contagiado del espíritu del norte que hace que siempre le de la vuelta a las cosas y no se sepa a ciencia cierta si está de acuerdo con una máxima o totalmente en contra. Logos Pérez es creador de ideas en la sombra y sombra de las ideas que saca adelante.

Interesante grupo que se verá sumergido en una aventura singular que en el próximo capítulo relataremos. Pero hemos de tener en cuenta que la realidad cuenta con la ficción como elemento limitador o como sujeción necesaria para ser abarcable. No es nada sencillo describir la realidad sin el riesgo de ser seducido por la ficción, pero para contar tenemos que tomarnos ciertas licencias sin las cuales nos sería imposible llenar el vacío de una hoja en blanco. Por eso me avengo a tomar la forma de observador objetivo de la vida que ve pasar ante sus narices. Se hace el silencio y comienza el lento fluir de la historia y la vida que, como fotogramas, iluminan mi descanso. ¡Qué se haga el silencio y se inicie la obra del hombre!

domingo, 1 de mayo de 2011

De Paseo


En mi vagar nocturno puedo observar como la ciudad se va transformando en un todo sin alma ni espíritu. Miro horrorizado como los lugares antes cargados de vida e historia son corrompidos por la avaricia y el deseo ardiente de los que quieren dejar su huella sin necesidad de sacrificio ni gestas gloriosas. La villa se va convirtiendo en una masa informe que sólo presagia desatinos y barbaridades. Nadie está a salvo de la estupidez que rodea este tiempo. Realmente los siglos me han regalado la perspectiva suficiente para ser objetivo en el mirar y el poder de analizar con la frialdad del escalpelo la situación de un pueblo al que pertenezco y quiero.

Son las 4 de la madrugada y mi alma en pena se diluye entre las piedras de la Plaza Mayor. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde están mis tan amadas y pétreas amigas de antaño? ¿Dónde se ha ido el lento caminar de los segundos y siglos sobre esta plaza? No la reconozco. Dicen las voces de este siglo que la han remozado, aunque pienso que la han emponzoñado con la mano del un arquitecto loco y salvaje que destruye toda la historia en aras de una modernidad sin alma y sin humanidad. Piso las losas que no dicen nada, porque nada han visto todavía; y siento los gemidos lejanos de unas piedras que contaban verdades y eran mis compañeras inefables en este camino entre la existencia y la nada. Esta Plaza Mayor ya no es Mayor ni plaza. Le faltan los mercaderes vendiendo semanalmente su mercancía fruto del sudor y el dolor, le sobran brillos y anda escasa de lágrimas sobre sus huellas. Ya no es lugar de encuentro, de galanteo, de trueque o de menesterosos apostados en los soportales buscan la caridad de algún traseúnte con calderilla de sobra en la bolsa.

La rabia se cuela en mi pecho como una daga que atravesara mis carnes inexistentes. ¿Quién colgará su cuerpo como escarnio de este pecado? ¿Quién rendirá cuentas por matar la historia y aniquilar las voces de antaño?

Debo apresurar mis pasos y aquietar mi enojo para regresar a mi cripta y “descansar” de sinsabores este día. El alba inicia su imparable ascenso para vencer la batalla ante la oscuridad y mi ánima debe esconderse para no ser vista. Pero regresaré por la Plaza de Santa María que todavía guarda las señales del siglo XVI y puedo respirar profundamente los recuerdos que perduran entre sus caminos. Inspiro con fuerza para curarme del desaguisado de la Plaza Mayor y poder sentir de nuevo la sensación de que el tiempo no ha pasado y la ciudad sigue viva. Un pueblo que olvida su historia es un pueblo que se olvida de sí mismo y se vende al mejor postor. La historia, los edificios, las torres, las piedras son ejemplos claros y palpables de los que somos y lo que estamos llamados a ser. Cada pueblo se mide por la capacidad que tiene para cuidar y curar el alma de su propia historia.

Esto no ha hecho más que empezar. Me retiro a mi tumba para ser molestado…

domingo, 24 de abril de 2011

El principio



Estoy condenado a vagar por esta cripta durante siglos mientras mis huesos esparcidos no sean recogidos y sepultados en tierra sagrada. Soy víctima de los profanadores de tumbas, de los arqueólogos sin escrúpulos que sólo ven restos humanos donde existen historias y crueles realidades. Llevo demasiados años escondiéndome de todos y de todo, aturdido por una situación que no he elegido, por un lugar destinado a ser gloria de la historia y que se ha convertido en una simple tumba de mi recuerdo. Todo lo que soñé ha sido violado y cruelmente arrebatado. Aquí estoy condenado al silencio, a la oscuridad, a la soledad, al olvido...

Pero ya está bien, ya no aguanto más. Ha llegado el momento de abandonar la maldición que soporto y compartirla con todos aquellos que deseen ser partícipes del dolor y el llanto de un alma en pena. Estoy cansado de huir de la presencia de los demás; hastiado de vomitar desconsuelo.

Cada noche recorro los lugares que antaño fueron el paisaje de mis sueños. Cada noche me entretengo entre edificios callados y mudos que dicen todo con sólo su presencia. Hoy fue un ayer que recupero con cada gemido nocturno y cada grito ahogado que nadie escucha o confunde con el viento entre las piedras. Soy un pasado q
ue regresa y se cuela entre le presencia de los que todavía respiran.