jueves, 21 de noviembre de 2013

PORQUERÍAS



A diario nos quieren engañar.

Lo único que debemos hacer es encender el televisor y un cónclave de listillos aparecen de la nada para vendernos porquerías varias y engañarnos de múltiples maneras con que sacarnos los cuartos y meter sus manos en nuestros deseos y crearnos anhelos que no necesitamos.

Se dice que estamos inmersos en la sociedad de la imaginación, del 2.0, de la creatividad al poder, de la realidad virtual, etc.; pero realmente estamos sumergidos en la sociedad de la porquería, de la mierda como única elección, en la sociedad del “sálvese quien pueda”, en el tiempo donde los mediocres medran y engordan sus cuentas corrientes, en la época donde la sabiduría y la experiencia son miradas con desprecio, en el tiempo en que los inútiles y los ladrones dan lecciones de ética y moral a diario en medios de comunicación que ya no comunican nada y simplemente se dedican a adoctrinar y manipular a sus espectadores y usuarios.

La desgracia no sólo se encuentra en esos lugares comunes, sino que un virus de gilipollez lo va invadiendo todo paulatinamente. Poco a poco dejan de existir territorios libres de la estupidez humana y encontrar un oasis de tranquilidad y libertad se va convirtiendo en una actividad utópica. Hasta lo más sagrado aparece barnizado profusamente con la brocha de la imbecilidad más ramplona y gratuita. Es cierto que con el tiempo nos hemos adormecido en los cantos de sirena de miles de vendedores y publicistas, que con sus manejos poco venerables, nos crearon la necesidad del olvido para convertir todo en un presente eterno dispuestos a luchar por conseguir la “última novedad” en la tecnología del papel higiénico con que limpiarnos el culo.



Los mass media pisotean los sueños para meter en nuestras casas aparatos y alimentos que probablemente no nos darán ningún tipo de satisfacción y que con seguridad colaborarán a menguar el peso de nuestro bolsillo. Así todos los coches que venden son los mejores, más rápidos, con las chicas más bellas y los más ecológicos. De la misma forma todos los alimentos actualmente vienen con grasas saludables o son tan buenos que comerlos produce una experiencia casi mística. Cada producto que es tocado por la varita mágica del marketing se convierte en una hermosa y lustrosa carroza que nos ofrece un futuro cargado de posibilidades. Mas la carroza se convertirá en calabaza pasando el tiempo. Y hasta las manzanas más apetitosas siempre pueden ser portadoras del veneno más mortal.

Los medios de comunicación quieren atraer nuestra atención no con verdades o elementos objetivos sino con el juego sucio del titular ramplón y la fotografía escabrosa. De lo que se trata no es de informar, sino de vender más periódicos o publicidad que ningún otro competidor. Es muy difícil no picar en los anzuelos que nos rodean cada mañana mientras saboreamos nuestro café rodeados de las noticias del día.

Los mismos políticos han caído en esa trampa y ahora nos muestran, como tarro de miel para moscas, las promesas que nunca cumplirán, pero que ayudarán a que la mano que vota quede atrapada en esa canción pegadiza que nos asfixia sin darnos cuenta. El político de hoy no puede decir la verdad, porque lo crucificaríamos con la indiferencia; tiene que mentir y decir lo que queremos escuchar para poder conseguir un montón de votos. No interesa el futuro ni el bien de la sociedad en la política actual; sólo interesa el corto espacio de tiempo entre una elección y otra.

Y al final lo que importa no es que crezcamos como personas o nos realizamos a lo largo de nuestra vida y seamos ciudadanos comprometidos con la sociedad; lo importante es que consumamos y para ello nos dejan un resquicio de libertad donde poder elegir el producto que nos envenene el cuerpo, el hogar, la mente o el alma. Tú eliges, es cierto, pero solo puedes elegir lo que ellos venden…

Somos invisibles cuando no consumimos.

viernes, 15 de noviembre de 2013

ESPACIOS



Cuando el cursor del ordenador parpadea te obliga necesariamente a que lo muevas y escribas algo en la luz que anhela semejarse a una hoja en blanco. Y es esa blancura que deseas manchar con el negro de unas letras, lo que precisamente te mantiene en tensión. Es una lucha desigual donde nadie vence nunca y todos salen perdiendo o ganando o no salen ya y se quedan atrapados para siempre en una idea, en una palabra, en un verso. La batalla del escritor nunca será reconocida con la corona de una victoria rotunda, pues la blancura siempre persiste y siempre vence.

Ahora es cuando suda el anhelo de seguir moviendo ese cursor a través de esta página virtual que vomita espacio en blanco tras espacio en blanco ininterrumpidamente. Huyes de los lugares comunes más siempre regresas sin querer al punto concreto donde la seguridad se ofrece y la capacidad de control es manifiesta. Tememos las novedades porque nos obligan a caminar a tientas y empujan nuestros pasos ante un afilado futuro que siempre hace daño. La libertad no es hasta que no duele. La decisión posible siempre es la decisión no tomada.

En esto radica la obligación de luchar contra el espacio en blanco; es una conquista por la libertad, por la expresión… Es una forma de manifestar que los huecos que nos definen todavía siguen vacíos y probablemente nunca se llenarán, pues en el momento en que sean saciados aparecerán otros lugares exigiendo esfuerzo, tiempo y tarea. Nos han hablado de la oscuridad como lugar de terribles limitaciones donde la libertad no existe y el mero hecho de ser se convierte en un calvario; pero esa oscuridad no es más que una palabra en un papel; la verdadera muerte es la blancura de un folio, es la falta de expresión de un escritor, es la inexistencia de la palabra que deja huérfano al sonido y lo convierte en silencio, es la ausencia de algo para dar lugar, una vez más, a la nada que todo lo devora.

El silencio es la muerte de la palabra como la blancura es la muerte del escrito que no surge. Y muerte tras muerte la humanidad deja de ser humana y se convierte en aquello que la niega. Si no escribimos, si no gritamos las palabras al cielo, terminamos siendo un silencio que no dice nada y una nada que se devora a sí misma. Lo realmente monstruoso es que a diario descubrimos tristemente que toda guerra es manifestación palpable de ese silencio que me persigue, de esa blancura mordiente de mi alma. No es la sangre lo que se derrama, es la palabra que no se ha dicho, es el texto que no se ha escrito que han sido manipulados y convertidos en bala, en arma para destruir lo que anhela ser construcción y diálogo. Cuando la violencia toma el lugar de la palabra todo lo posible se resquebraja y todos los futuros son inexistentes.

Hoy hemos convertido el silencio en palabra, la blancura en espacio en negro que dice algo. Hoy salimos vencedores. Quizás mañana no será necesario entablar combate; quizás mañana no existamos todavía.