martes, 23 de octubre de 2012

DEMOCRACIA II. AQUÍ ES DONDE ESTAMOS. Capítulo 1. Sobre un sistema legislativo.


Cuando ocurrieron los atentados del 11-S en el 2001, no sólo fue un ataque al corazón de uno de los países más poderosos del planeta, sino también fue el inicio de un nuevo establishment, el comienzo real y no cronológico del nuevo milenio y el derrumbamiento de todo lo que hasta entonces habíamos conocido y considerado como justo, normal y necesario. Desde aquellos atentados todo empezó a cambiar. No vivimos en un mundo mejor y con más libertad desde entonces, sino todo lo contrario. No hemos ganado cotas de democracia, sino que las hemos ido perdiendo y regalando a cambio de sombras.

A la semana siguiente de aquel terrible acto de violencia que fue el 11-S, la mayor cadena de emisoras locales de EE.UU. llegó a distribuir una lista de canciones "poco apropiadas" que sería mejor no radiar. Esto no significaría nada, pero en aquellos días se nos robo algo más que la posibilidad de escuchar determinadas canciones en la radio. Aquel día comenzamos a perder la democracia; y no porque los grupos terroristas impusieran su ritmo, sino porque la vendimos al mejor postor a cambio de un espejismo llamado seguridad. Desde entonces cualquier persona es un terrorista en potencia y se nos ha inculcado que para defendernos de nosotros mismos tenemos que dejar de ser libres para alcanzar un paraíso de seguridad al que sólo unos pocos están llamados. Hoy la seguridad lo es todo, pero lo es pisoteando la democracia y lo que ella significa. Hemos cambiado libertad por seguridad y sin darnos cuenta nos hemos sumergido en una atmósfera de temor y miedo irracional a todo lo que pueda turbar nuestra ficticia calma.

Sería muy cómodo echar la culpa de nuestra crisis actual a un atentado terrorista que vino desde el exterior y sucedió en otro país. La realidad es otra, pues vamos a hacer un recorrido por varios elementos que consideramos parte integrante del sistema democrático para desentrañar la falta de escrúpulos y de “democracia” de la que dan testimonio. No inventaremos nada, porque lo real es ciertamente crudo siempre. Esta es la verdad de lo que somos, o por lo menos, es una parte de la verdad que podemos observar. Pero eso no significa que no podamos hacer nada por cambiar las cosas, sino todo lo contrario. Metiendo el dedo en la llaga de nuestra sociedad nos aseguramos de conocer dónde radica el problema y comenzamos a adelantar soluciones.


Iniciamos nuestro periplo “democrático” por el ámbito legislativo; y lo hacemos citando el artículo 117.1 de la Constitución española: “La justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados integrantes del Poder Judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley”. Lo único que tiene de democrático este artículo es eso de que la justicia emana del pueblo; consecuencia inherente al otro adagio del artículo 1 que afirma que “la soberanía nacional reside en el pueblo español”. Lo siguiente que se afirma en el 117.1 me parece que no tiene nada de democrático e incluso nos ofrece un tufillo a sistemas menos libres que el actual. La mera mención a un ser superior (la figura del Rey como administrador primario de la justicia que parece ser emana del pueblo, pero que el propio pueblo no puede administrar sin figuras más “cualificadas”) convertido en garante de lo que es suyo sólo por delegación indirecta, me parece un tema muy poco democrático. Además, decir que los integrantes del poder judicial son inamovibles me suena a “elección divina” como en el caso de los dictadores de turno que hemos padecido o conocido. Si algo se convierte en inamovible, se supone que en ese algo no existe ni existirá evolución o progreso de ningún tipo.

También pondría en duda la independencia o el imperio de la ley de que nos habla el artículo de la Constitución. En el mundo actual no existe una independencia absoluta, e incluso la relativa deja mucho que desear; pues de forma continua estamos sometidos al imperio de la opinión y de lo subjetivo. No somos conscientes de hasta dónde nuestras propias ideas y opiniones pertenecen a nosotros o son la semilla que otros han sembrado en nuestro interior sin nuestro consentimiento. Lo del imperio de la ley me parece una bella forma de afirmar una utopía; puesto que la ley suele ser interpretada de distintas formas en función de elementos atenuantes o simplemente históricos, lo que nos ofrece una impresión de provisionalidad; además también debemos tener en cuenta que la ley no siempre es neutra, pues en ocasiones puede más el que más tiene por encima del que lleva la razón de la ley en su regazo.

Como vemos, ya no sólo las leyes no son democráticas, sino que, incluso, el propio sistema judicial no tiene demasiadas luces democráticas en su interior. Si analizamos en profundidad muchos de los actos jurídicos que se suceden a diario podremos corroborar lo dicho hasta ahora. Y no entro en la cuestión de la independencia del poder judicial, pues día sí y día también, nos muestra la “independencia” truncada y manipulada de ese poder. Quizás la problemática estribe en la falta de justicia en nuestros días o en la pérdida de “lo justo” como valor ético de nuestras acciones. Quizás el problema sea que el propio poder judicial gusta de rodearse de ampulosas y rimbombantes frases huecas y de parafernalias que nos hacen pensar en liturgias sin dios o de actos de sacrificio en el altar de la diosa Justicia. El ciudadano medio se siente extraño en el ámbito judicial y aquello que nos resulta incomprensible siempre crea recelos.

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