jueves, 20 de septiembre de 2012

Democracia I. Causas y azares.


No por vivir en un Estado democrático podemos afirmar con contundencia que nuestra sociedad sea democrática. Lo cotidiano nos muestra actitudes y gestos donde afirmamos con demasiada rotundidad una forma de vida no-democrática e incluso dictatorial y déspota en muchos casos. Intentamos a diario imponer nuestras opiniones sin tener en cuenta las ideas del otro. Además, usamos con demasiada frecuencia la demagogia y la falacia para combatir a nuestros contrincantes e incluso algunos se sirven de la violencia como forma de expresión y de imposición ante los demás; armas que son típicas de estados dictatoriales o dictaduras del proletariado.

De tanto usar la palabra democracia hemos logrado que pierda su sentido y se convierta en un concepto vacío. Hemos prostituido la palabra democracia casándola con las circunstancias más peregrinas e insustanciales. Para las nuevas generaciones la democracia se ha convertido en el nuevo absolutismo contra el que luchar, en el sistema a derrocar. El problema es que esa lucha es una batalla perdida, puesto que si logran derrocar la democracia, en su lugar no sabrán situar algo distinto y nuevo sin tener que volver a recetas del pasado que ya han mostrado su fracaso.

Nos encontramos en una situación peligrosa: no estamos cómodos con la democracia que nos toca vivir y no sabemos que pretendemos instalar en su lugar. El ciudadano del siglo XXI tiene la certeza, aunque no lo diga, de que vive en una democracia corrupta y se encuentra ante la cuestión de cómo seguir hacia delante. Sabemos que estamos condenados a lo transitorio, pero pretendemos que nuestra realidad sea eterna. Vivimos en una sociedad tendente a la depresión estructural y social. La sociedad da la sensación de falta de empuje, de creatividad, de crecimiento. Empezamos a cansarnos de mirar hacia atrás en busca de inspiración para hacer cosas nuevas y ya no sabemos mirar hacia el futuro con la esperanza que caracterizaba a generaciones anteriores. Estamos saciados y hartos de nosotros mismos y nos da miedo cualquier circunstancia que nos saque de nuestro ostracismo. El pasado nos parece obsoleto y el futuro simplemente desolador.

Y es en esta realidad donde la democracia se deja contagiar del pesimismo actual que nos paraliza y nos impide caminar con libertad. Quizás el problema no sea la democracia sino los demócratas. Quizás la solución pase por destruir todo pasado para poder crear un futuro sin ataduras ni prejuicios. Quizás la democracia ya ha ofrecido todo lo que podía dar. Quizás nos toca remar sin remos hacia no sabemos dónde. Quizás….

Son muchas las cuestiones que nos hacemos en la actualidad, pero surgen muy pocas respuestas con el mérito de ser tenidas en cuenta. Caminamos como pollo sin cabeza; y no es que necesitemos la voz de un comité de expertos o la visión preclara de  un gurú para iluminarnos el camino. En las últimas décadas hemos pasado del “sólo sirve lo que la mayoría considera válido” al “todo vale y a cualquier precio”. Nos hemos acostumbrado a tal cantidad de despropósitos que ya todo nos parece normal. Somos capaces de atacar al que intenta hacer las cosas bien y enaltecer al cantamañanas de turno que sin ningún tipo de mérito ni sacrificio está en el candelero gracias a los medios de comunicación actual. Lo que antes era “lo más sagrado” hoy es estiércol pisoteado. Lo que antaño era “intocable”, hoy ya ni es. Parece que de tanta modernidad (postmodernidad le llaman algunos), hemos ido olvidando lo principal y hoy nos encontramos rodeados de una multitud de elementos accesorios que no ofrecen sentido a nada de lo que hacemos o vivimos. Nuestras vidas han quedado supeditadas a la supervivencia pura y dura. Nunca como hasta ahora el hombre ha sido un lobo para el hombre. Nunca como en la actualidad la ciudad ha sido una selva donde sólo sobrevive el más fuerte. Nuestro presente es cada día más difícil y la vida se torna a cada paso más triste e insufrible.

Ante esta situación le toca a la democracia dar la cara y ofrecer respuestas, ser un lugar de encuentro y un punto de apoyo. Pero nos olvidamos que la propia estructura democrática se nutre de la sociedad actual. No existen seres impolutos viviendo sin contaminarse con la realidad. Ni tampoco existe el redentor que carga con todos los males para purificar la existencia de la sociedad. No busquemos milagros, porque no aparecerán. La democracia es hija de la historia y no puede hacer nada que no reciba de esa misma realidad histórica. El aquí y ahora marcan el ritmo de nuestra realidad. La democracia que tenemos es fruto de lo que somos y la democracia que tendremos será fruto de nuestro trabajo y el de las generaciones venideras. No podemos echar la culpa a los demás (a los políticos, a los medios de comunicación, a la economía y sus azares, etc.), sino que debemos asumir con responsabilidad y consecuencia nuestros propios actos dentro del acontecer democrático y de la evolución democrática. La democracia no es una esencia exterior que nos viene impuesta, es una realidad que debemos construir día tras día, generación tras generación, para su crecimiento y evolución. En el momento en que la democracia no crezca se morirá y ocuparán su lugar espejismos y fantasmas del pasado que probablemente regresen. Es necesario pararse un momento para mirar hacia dónde vamos; porque igual nos encaminamos sin darnos cuenta hacia una meta que no ansiamos. Demasiadas causas y azares han decidido por nosotros hasta ahora; ha llegado el momento de tomar nuestra libertad en las manos y aventurarse a cambiar las cosas de una forma más humana, más sencilla, más democrática.